San Antonio de Areco, ubicado a unos 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, sufrió hace pocos días una inundación de características devastadoras que puso en jaque a toda la comunidad. Entre los afectados se encuentra María Ángela Domenge, una termeña radicada en esa localidad desde octubre del año pasado, quien relató su dramática experiencia durante el fenómeno climático.
«Ese día no escuchamos radio, no miramos televisión. Estaba lloviendo y estábamos por el teléfono, pero ni cuenta nos dábamos que se venía todo para acá», cuenta María Ángela. La situación cambió drásticamente cuando, a las cuatro de la tarde, una vecina tocó su puerta para alertarla sobre la inminente llegada del agua.
En menos de una hora, la familia logró rescatar apenas algunas pertenencias esenciales. «Alcanzamos a levantar algunas cosas, ropa, que es lo que por lo que me han desocupado, llegaba el invierno, se quedó levante mis sopas, nada más», relata con resignación.
El agua alcanzó una altura de entre 1,30 y 1,50 metros dentro de su vivienda. «Pero Dios fue grande, Dios nos sacó de ahí», reflexiona la mujer, quien salió de su casa junto a su esposo alrededor de las cinco de la tarde, cuando ya había agua en las calles.
La inundación afectó severamente el casco histórico de San Antonio de Areco. «A las dos de la mañana se inundó todo, los cuatro barrios están del otro lado del río, y las tres cuadras, las dos cuadras principales de Areco», describe María Ángela.
Sin embargo, destaca un aspecto fundamental: «No ha habido muertos porque acá nos han avisado a todos, a todo el pueblo se le ha avisado con tiempo». Las alertas tempranas fueron clave para evitar víctimas fatales, ya que la localidad había experimentado cinco inundaciones anteriores.
La solidaridad como protagonista
La respuesta de la comunidad fue inmediata y emotiva. «La gente colabora mucho, no el gobierno, la gente, son muy unidos acá», enfatiza la entrevistada. Los jóvenes de entre 25 y 30 años fueron quienes más se destacaron en las tareas de rescate y asistencia.
«Argentina tiene un gran futuro con los chicos que fueron los que más han ayudado acá, sin cobrar nada. Ayudaron tanto a los animales como a las personas», destaca María Ángela, quien recibió ayuda casa por casa con elementos de limpieza, colchones y alimentos.
A pesar de la magnitud de la inundación, María Ángela considera que fue afortunada. «Gracias a Dios las dejamos secar, las probamos y hasta el momento todo anda», cuenta sobre sus electrodomésticos. Incluso la heladera, que encontraron flotando, continuó funcionando después del evento.
«Sirve todo, gracias a Dios, sirve dos televisores que están andando, así que yo creo que eso es para mí es un milagro», expresa con gratitud.
La inundación tuvo características particulares. «El agua venía de los campos», explica María Ángela. «El río, como te digo, el río ha subido, empezado a subir una hora o dos horas después. El día anterior estaba más seco que el Río Dulce cuando cortan el agua».
La situación se prolongó en el tiempo, y al momento de la entrevista, el agua aún no había terminado de bajar completamente, descendiendo muy lentamente tras haber acumulado unos 300 milímetros.
María Ángela, quien trabajaba en la costa durante el verano y cuyo esposo está jubilado del sector bancario, logró comunicar la situación a su familia en Termas de Río Hondo para evitar preocupaciones, especialmente considerando que había perdido a su padre tres meses antes del evento.
«Fue una desgracia con suerte para nosotros», resume la mujer, quien pudo reingresar a su vivienda el martes siguiente para comenzar las tareas de limpieza y reorganización.
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