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Malvinas en el corazón: un homenaje desde las Termas al Aconcagua

Malvinas no deja de latir en el corazón de los argentinos. Cada recuerdo, cada mirada, cada instante en que la memoria evoca aquellos días se tiñe de un color especial, un eco de orgullo y dolor que resuena en todo el país. Desde cada rincón de la patria, se aportó esfuerzo, lucha y un acompañamiento inquebrantable hacia quienes defendieron esa porción de territorio argentino.

Entre ellos estaba Adolfo Osorio, un joven oriundo del interior del departamento Río Hondo, Santiago del Estero, que, convocado por el servicio militar, se encontró, casi sin darse cuenta, en medio de un conflicto bélico internacional, tal vez el más significativo de la historia contemporánea de la República Argentina.

El Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, nos acercamos a su hogar para recapitular la memoria, revalidar el esfuerzo, el tesón y la lucha de tantos jóvenes que entregaron hasta su vida por recuperar ese pedazo de suelo nacional. Adolfo Osorio nos recibió con calidez en el seno de su hogar, acompañado por su familia, entre ellos su hijo Adolfo Osorio (h), quien recientemente escaló el Aconcagua para rendirle homenaje a su padre y a todos los héroes de Malvinas.

Adolfo Osorio tiene 61 años y una mirada que aún refleja los días de 1982, cuando, con apenas 18 años, fue enviado a las Islas Malvinas como parte del servicio militar obligatorio.
«Bien… Seguimos combatiendo, no con armas, pero entregando la causa Malvinas a la sociedad», dice con una voz serena pero firme.

Su relato comienza con la incorporación a la Infantería de Marina en Puerto Belgrano, donde integró el batallón antiaéreo. El 7 de abril de 1982, tras un vuelo que lo llevó desde el continente hasta el aeropuerto de Puerto Argentino, pisó suelo malvinense con la misión de suministrar municiones a los cañones antiaéreos que enfrentaban los ataques británicos. «Teníamos los hispanos suizos, que repelían los ataques de los ingleses. Éramos chicos, muchos sin experiencia, aprendiendo sobre la marcha», recuerda.

Recuerda cuando fue tomado prisionero junto a sus compañeros. «Nos llevaron a unos hangares en Puerto Argentino hasta el 20 de junio. Mi familia no sabía nada de mí, solo les llegaron dos o tres cartas. Para ellos, estaba desaparecido», cuenta, y su voz se quiebra al evocar la desesperación de sus seres queridos.

El regreso a casa no fue más fácil: la sociedad argentina, en plena desmalvinización, los recibió con indiferencia o rechazo. «No conseguíamos trabajo, nos consideraban locos o enfermos de la guerra. Fue duro. Muchos compañeros se suicidaron; creo que en la posguerra hubo más muertes que en el conflicto mismo», reflexiona.

Sin embargo, hay un momento que brilla entre tanta oscuridad: el reencuentro con su padre en una estación de servicio cerca de Yutu Yacu, su pueblo natal. «Bajé del colectivo y lo vi. Nos dimos un abrazo que llevo conmigo toda la vida», dice, con los ojos húmedos.

Hoy, Adolfo Osorio está rodeado de una familia numerosa: su esposa Marta, sus cinco hijos —Julieta, Emilia, Adolfo, Mayra y Omar— y sus cinco nietos. Pero su lucha no termina: sigue visitando escuelas para mantener viva la memoria de Malvinas. «Las islas son nuestras, y hay que seguir luchando por la vía diplomática, no con guerras, que es lo peor que le puede pasar a un ser humano», afirma.

A su lado, Adolfo Osorio (h), de 30 años, escucha con atención. Hace apenas unos meses, este joven decidió emprender una travesía épica: escalar los 6.960 metros del Aconcagua, la montaña más alta del hemisferio sur, llevando consigo el escudo del batallón de su padre.

«No fue muy planeado. Me enteré de la expedición por un familiar y me animé, aunque no estaba al cien por ciento físicamente», confiesa. Durante 20 días, enfrentó la altura, el frío y el cansancio extremo, desde la aclimatación en Mendoza hasta la cumbre. «Llevé el escudo (que identifica al Batallón Antiaéreo de Infantería de Marina) por la causa de mi papá, por la desmalvinización que él vivió, y como un reto personal. No se compara con lo que él pasó en Malvinas, pero el frío y la dificultad me hicieron pensar en él todo el tiempo», relata.

El ascenso no fue sencillo. En el último tramo, una tormenta complicó el avance, pero una ventana climática les permitió intentarlo. «Salimos a las cuatro de la mañana y llegamos a las tres de la tarde. Fueron casi 12 horas. Pensé en desistir, pero mi familia y el recuerdo de mi papá me dieron fuerza», dice Adolfo Osorio (h).

Al alcanzar la cumbre, sacó el escudo y lo levantó en homenaje. «Fue algo personal, no para viralizar. Lo hice por él, que es un héroe en Malvinas y en nuestra familia».

Para Adolfo Osorio (padre), el gesto de su hijo es un orgullo inmenso. «Es un homenaje no solo a mí, sino a mis compañeros, con quienes seguimos en contacto como una gran familia», asegura. En un grupo de WhatsApp, los veteranos del batallón antiaéreo celebraron la hazaña de Adolfo Osorio (h), un reconocimiento que trasciende generaciones.